Una nueva generación de agricultores devuelve la productividad a los suelos Cuba.
Con sus playas tropicales y sus colinas marcadas por las plantaciones de tabaco y bosques de pino, Cuba parece una nación exenta de la degradación de la tierra. Pero detrás del idilio turístico yace una realidad más sombría.
Hoy, alrededor de 14 por ciento de las tierras productivas de Cuba están afectadas por la sequía y la desertificación, mientras que más de tres cuartas partes de sus 6,6 millones de hectáreas de tierra cultivable sufren erosión. Esta es una de las causas por las que Cuba importa 80% de sus necesidades de alimentos a un costo de casi US$ 2.000 millones al año, una pesada carga para cualquier país en desarrollo.
El problema es en parte natural. En los suelos de Cuba convergen salinidad, erosión, mal drenaje, baja fertilidad, compactación natural, acidez y bajo contenido orgánico.
Pero la actividad humana también ha sido un factor importante: durante siglos la agricultura ha rediseñado el paisaje una y otra vez. En particular, la antigua política de influencia soviética se centró en la agricultura industrial a gran escala, principalmente de caña de azúcar, un cultivo que todavía ocupa la mitad de la tierra productiva de Cuba. Esta historia de monocultivo ha resultado en campos compactados, suelo lixiviado por nutrientes, erosión, altos niveles de salinidad y acuíferos agotados.
En un país duramente afectado por el cambio climático, con períodos de sequía cada vez más frecuentes, patrones de lluvia erráticos y huracanes que se vuelven más comunes e intensos, la situación actual es precaria -un hecho que afecta profundamente a aquellos que recuerdan la severa escasez de alimentos sufrida a raíz del colapso de la Unión Soviética, en 1993-.
Fuente: ONU Medio Ambiente